La migración es un problema cada vez mayor que cobra vidas en las fronteras por hambre y necesidades básicas no cubiertas en el tormentoso viaje. Los índices de movilidad humana son bastante altos, se estipula que más de 280 millones de personas se desplazan de manera forzosa. Aunque se vea, aparentemente, como una solución a la pobreza y al desempleo, la realidad es otra porque no es fácil. “todo por los hijos, pero sin los hijos” decía una madre que salió de casa, dejando su familia, su tierra, costumbres y todo aquello que le ha permitido ser quien es. De golpe, atrás quedan los olores, la comida, los amigos, conversaciones, el dialecto, el idioma, para emprender una nueva identidad. Dicen que la migración transforma la propia identidad.
El dolor es inevitable ante cualquier perdida y separación. En el caso de los migrantes, los expertos lo llaman como duelo migratorio que se espera sea transitorio, aunque no termina nunca. Enterarse de fotos, noticias e historias a través de redes sociales, hace revivir frecuentemente sentimientos de anhelo y deseos de estar junto a los suyos. Es un duelo oscuro que refiere condiciones distintas dependiendo de cada persona y del lugar que habite. En todo caso, no es algo patológico ni enfermizo, sino comprensible cuando se intenta construir en un lugar desconocido, con gente diferente y con sabores que nunca se habían probado.
Síndrome de Ulises es el nombre acuñado a un cuadro de estrés frecuente en los migrantes, no como una enfermedad, sino como un conjunto de reacciones, sufrimientos, padecimientos y depresiones que viven las personas al dejar a los suyos. También se conoce como el síndrome de estrés crónico, acompañado de alteraciones emocionales, del sueño y del apetito que afecta las funciones del organismo y por ende, con consecuencias evidentes como ansiedad, tristeza, migrañas, insomnio, entre otras. Y ¿por qué pasa esto?
La explicación psicológica nos permite revelar que los cambios en la vida generan crisis, miedos y tensiones frente a la incertidumbre, y cada persona los asume de una manera particular de acuerdo a su personalidad, cultura, edad y lugar donde se encuentre. Constantemente el ambiente nos demanda respuestas, y nosotros respondemos con los recursos que tenemos disponibles para ello. Cuando percibimos que estos no son suficientes, aparece el estrés. Cuando percibimos que las situaciones no están bajo nuestro control, aparece el estrés. Cuando percibimos que está en juego nuestra propia seguridad, aparece el estrés y, frente a lo desconocido también aparece el estrés. La raíz etimológica de la palabra estrés traduce tensión, migraña, similar a la palabra migración. Migración y migraña son compatibles.
Acompañado del estrés, está el duelo, el dolor emocional producto de la ruptura de los vínculos que establecemos los seres humanos con nuestros seres queridos, necesarios para nuestra adaptación. Sin apego no podemos vivir, pero al romperse, duele. Esto genera llanto, tristeza profunda, mal humor, intranquilidad, desorientación y nerviosismo. Soportar el duelo y el estrés intenso desgasta, cansa, desespera y aumenta la actividad del cortisol (conocida como la hormona del estrés) que inflama el colon, estómago y los músculos del cuerpo. Entonces, el inmigrante no está enfermo, está reaccionando a diversas situaciones que está viviendo al tiempo. A lo anterior, se suma lo inseguro que resulta ser el paso por la frontera en el que se arriesga la vida y la tensión de emplearse sin papeles en regla.
Igual que Ulises en la obra de Homero, quien mira constantemente el mar, sentado sobre una piedra, anhelando estar con los suyos, no constituye un trastorno mental, sino una episodio de la vida que obliga a adaptarse. Esto se logra entendiendo lo que nos pasa, hablando de lo que pasa, creando redes o grupos de apoyo entre los que tienen la misma condición, hacer actividades que reduzcan el estrés como el deporte y, hacer el mejor esfuerzo para mezclarse en la nueva cultura. Se espera que sean los tres primeros meses los más fuertes.
Emigrar es partir, es partirse en dos con dos identidades.

Psicólogo clínico, especialista en psicoterapia cognitiva y magister en psicología. Es docente universitario e investigador en psicopatología, psicología clínica y prevención de la conducta suicida. Fundador y actual director de Promental.