De manera curiosa e insistentemente se escucha decir “uno tiene que liberarse de los apegos” o “usted no se puede apegar a nada” y, analizándolo bien, resulta imposible. El apego es un vínculo emocional recíproco, duradero y necesario para la supervivencia que adoptamos desde pequeños. Es tan importante, que se queda como una impronta, y contribuye al tipo de elección que luego hacemos cuando nos enamoramos. No es que busquemos una mamá o un papá en nuestras parejas, sino que repetimos el mismo patrón con el que recibimos y damos afecto desde niños.
No tenemos que pelear con el apego puesto que constituye una necesidad biológica de vincularnos. Además que, genéticamente, ya venimos programados desde que nacemos. El apego sostiene la primera relación del recién nacido con el cuidador que no termina nunca, y se pone al servicio con personas significativas el resto de la vida. Es decir, el apego sirve de base o modelo a todas las relaciones afectivas venideras: ¿por qué elegimos parejas que no están disponibles? ¿por qué elijo personas maltratadoras? ¿por qué insistimos en continuar con personas que nos rechazan?
El verdadero conflicto a enfrentar es con la dependencia emocional. Una vinculación obsesiva, intensa, tóxica y vigilante que apunta al apego patológico y enfermizo. La persona dependiente cree que la felicidad está en su pareja, que sólo su pareja le da seguridad y sentido a la vida. De ahí que la separación se le convierte en un sufrimiento insoportable y, algunos piensan inclusive, que la respuesta sexual es una prueba, dejando de lado que esto no garantiza la permanencia. El dependiente busca controlar la relación por el temor al abandono.
El antídoto a la dependencia emocional es el amor propio, además que es la medida exacta para amar a los demás ¿cómo dar de lo que carezco? Por otro lado, es lo que garantiza la relación por siempre consigo mismo, hasta que la muerte nos separe. Para esto, son necesarias cuatro promesas que nos debemos profesar a diario:
La primera, evitar criticarnos de manera destructiva, cruda y salvaje. Errar es de humanos. La segunda consiste en aprender a premiarnos, a felicitarnos y dedicarnos tiempo. La tercera, a creer en nosotros, a tener confianza en lo que pensamos y decimos, a racionalizar que no existen las personas inseguras, sino momentos de inseguridad. Finalmente, evitar poner nuestro valor en la belleza física. Somos más que eso.
Psicólogo clínico, especialista en psicoterapia cognitiva y magister en psicología. Es docente universitario e investigador en psicopatología, psicología clínica y prevención de la conducta suicida. Fundador y actual director de Promental.