A veces subestimamos las emociones considerando que no son tan poderosas como la razón. Ellas pueden hacernos daño a través del sufrimiento o la desesperación, como también salvar nuestras vidas a través del disfrute y la alegría. En todo caso, orientan la calidad de nuestra existencia y nos marcan de manera enfática cada minuto que respiramos. Aparecen con rapidez, tanto, que ni siquiera somos conscientes de su presencia ni nos enteramos de sus consecuencias en la cotidianidad. Por momentos, nos conducen a comportamientos realistas y ajustados a las situaciones, aunque también a actuaciones de las que nos arrepentimos profundamente después.
Están en todas las experiencias que vivimos. En la relación con nosotros mismos por ejemplo, en las interacciones laborales y personales, familiares, sociales y de comunidad ¿te has caído mal por momentos? ¿cuándo fue la última vez que le sonreíste a ese ser amado, o te burlaste de un compañero de trabajo? No sé si recuerdas esa ocasión que fuiste el centro de atención y el enrojecimiento te delató. Ante cada sensación emocional, algo de tu rostro se mueve y tu cuerpo ayuda a comunicar lo que está pasando contigo.
Aparece la lucha constante de controlarlas y ocultarlas. La primera porque no sabemos cómo actuar cuando ellas nos inundan, y la segunda, porque seguimos pensando que la emoción es signo de debilidad. Por ejemplo, “el que se enamora pierde” o “el que muestra el hambre, no come”. Creo que olvidamos que somos emocionales de forma tan natural, como humanos de carne y hueso. Ellas son muy importantes en nuestras vidas y están por encima, inclusive, de los impulsos de supervivencia: A veces, el asco triunfa sobre las ganas de comer; la ansiedad triunfa por encima del deseo sexual y la desesperación por encima de las ganas de vivir, manifestada en aquellas ideas de quitarse la vida.
Las emociones están al servicio de nuestra adaptación y es sano mirarlas así. Ellas nos ayudan a ocuparnos de lo realmente importante y nos dan momentos placenteros que quisiéramos repetir. Aunque es también cierto, que nos mete en líos incómodos y complejos de salir. Generalmente pasa cuando nuestras reacciones no son adecuadas. Esto se da por tres motivos importantes: Cuando manifestamos la emoción con intensidad equivocada; cuando NO mostramos la emoción de manera correcta, y tres, cuando sentimos y expresamos una emoción que no es.
Coherente con esos motivos, tres ejemplos de la vida cotidiana serían: La preocupación exagerada y desbordada frente a un “barro”, producto del acné, que nos sale en la nariz (intensidad equivocada). La ira puede ser justificada cuando alguien se me adelanta en la fila, pero “quitarle la vida a alguien por esta razón” (no mostramos la emoción de manera correcta). La tristeza nos puede inundar cuando nos abandonan, pero insultar (ira) a alguien por esta razón , es expresar una emoción que no es. Quizás la dificultad está en la reacción y no en la emoción.
Y ¿por qué reaccionamos así? La respuesta más natural posible es, porque somos producto de un legado evolutivo en el que hemos aprendido a reaccionar primitivamente cuando, por alguna razón, algo afecta nuestro bienestar. Al desencadenarse la emoción, ella nos orienta, de manera brusca y rápida, hacia lo que debemos hacer, decir y pensar. Ante las situaciones de peligro por ejemplo, las pupilas se dilatan para ver mejor, las cejas se arquean y el corazón bombea más sangre a los músculos largos del cuerpo, para enfrentar o huir. En otras palabras, las emociones nos dicen qué hacer sin tener que pensar. Todo en aras de la supervivencia.
Ellas nos ayudan a comunicarnos. De ahí que cuando sentimos, no hace falta hablar y de nada sirve disimular, puesto que las emociones envían señales al exterior a través de cambios en el rostro, tonos de voz, postura del cuerpo y movimientos estereotipados e involuntarios. No obstante, constituyen el puente de comunicación con nosotros mismos y sin molestarnos. En ocasiones ni nos damos por enterados lo que ocasionan en nuestro cuerpo para salvaguardar nuestra vida.
En defensa de ellas, son asuntos importantes para no olvidar:
- Las emociones son reacciones necesarias y de gran importancia para nuestro propio bienestar
- Son tan rápidas que no nos damos cuenta de su ocurrencia y de todo aquello que nos salvan para seguir viviendo.
- Siempre habita una emoción en nosotros. No somos ni menos ni más emocionales. Lo que sí, es que somos menos o más reactivos.
La misión que nos plantean es, conocerlas y aprender a reaccionar adecuadamente en su compañía.
Psicólogo clínico, especialista en psicoterapia cognitiva y magister en psicología. Es docente universitario e investigador en psicopatología, psicología clínica y prevención de la conducta suicida. Fundador y actual director de Promental.
Me gusta la apreciación sobre las emociones, clara y sencilla.
Qué a veces queda corta porque las emociones son algo complejas. De hecho, dependiendo por cuál estemos pasando, nos acerca a comprenderlas más.