Existe el conflicto en las relaciones cuando nuestros deseos no se cumplen o cuando alguien no contribuye a que se cumplan. En la mayoría de ocasiones buscamos culpables y nos enojamos de manera reiterativa. Lo inevitable del conflicto radica en que pensamos diferente a los demás, inclusive, a nosotros mismos. En esto y en otras cuantas cosas más, es complejo ponernos de acuerdo. La experiencia nos enseña y la vida nos obliga constantemente a elegir entre alternativas sutiles de intereses, satisfacciones y aspiraciones.
Siendo así, el conflicto nos impulsa a un enfrentamiento intencional con otras personas, con el propósito de quebrantar la resistencia del otro, casi siempre con violencia e indiferencia. Esa indiferencia que se expresa con el silencio, con la mirada hacia otro lado y mostrando que ignoramos a quien señalamos como culpables de lo que me pasa. Olvidamos que, dejarle de hablar, requiere un esfuerzo mental más importante comparado a comunicarse de manera natural. Quien insiste en sostener la ignorancia contigo, insiste también en mantenerte presente en sus pensamientos.
Durante el conflicto, el uno busca dominar al otro para imponer su solución y ganarle en opinión, lo que implica un comportamiento hostil y una voluntad incontrolable de dañar y eliminar la existencia de quien piensa y opina diferente. Entonces, el problema no es la existencia del conflicto, sino sus consecuencias.
Si miras a tu alrededor y ves a los adultos con los que creciste, ellos carecen de habilidades para solucionar conflictos. Quizás lo que aprendiste fue a imponer tu opinión y defenderte de aquellos que opinaban diferente a ti. Tal vez, tu posición de defensa hoy, hace parte de una necesidad de cobrar justicia porque han sido injustos contigo. Esto implica una voluntad apasionada de dañar tanto como te han lastimado a ti, y cuando observas al rival descompuesto y sometido, se deponen las armas y aparece la sensación del ganador.
¿Ganador? de ahí procede la rabia, de movernos en una relación donde sólo existen dos posiciones: “ganadores y perdedores”, el que se equivoca, pierde y, el que acierta, gana. El miedo a perder y la frustración de haber perdido. La disposición a ganar y la fuerza para someter. Los conflictos son inevitables, lo negativo son las consecuencias.
Al final, no queda más que aprender que, cuando el caos aparece y las cosas se derrumban, se puede dar forma y restablecer el orden a través de la palabra. Hablar con cuidado, especificar el problema y negociar. El hecho que pensemos distinto, no nos hace enemigos. No nos tenemos que poner de acuerdo. La niebla de la incertidumbre sólo se disipa negociando.
Es válido expresar aquello que te hubiera gustado que pasara, y escuchar al otro validando sus propias emociones. Se hace necesario hacer peticiones, no exigencias. El respeto empuja a la cooperación entre las dos partes. Válido hacer preguntas y sugerencias, no acusaciones. Se permite juzgar comportamientos y procederes, no a las personas. Es más, tratar de adivinar su pensamiento resulta ser mucho más complejo que preguntarle lo que piensa.Esto permite compartir ideas.
El conflicto es hoy y la discusión es hoy, entonces debe tratarse el problema de hoy, no el del pasado.
Psicólogo clínico, especialista en psicoterapia cognitiva y magister en psicología. Es docente universitario e investigador en psicopatología, psicología clínica y prevención de la conducta suicida. Fundador y actual director de Promental.
A veces es necesario los conflictos, para reorganizar las cosas que esta flojas y poner en lugar todo nuevamente.
Totalmente de acuerdo. A veces se hace necesario decir lo que quiero decir para descubrir realmente lo que quiero decir.
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